CIUDAD DE MÉXICO (apro).- En un mundo donde el Estado todo lo controla no hay lugar para la bondad, para la compasión, ha dicho Gabriel Marcel. Tal Estado controla por tanto la palabra misma. Pero al controlarla, la ahoga y transforma en ruido. Ruido que deja de ser manifestativo de la realidad.
Y sin palabra, no hay hombre, ni mujer, ni política, sino fuerza. Y ese ruido junto con otros ruidos que asaltan el ambiente todo, ensordecen cuerpo y alma. Aturdimiento ese que sofoca el Espíritu, que desemboca en deshumanización, violencia y odio.
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