CIUDAD DE MÉXICO (proceso).- Andrés Manuel López Obrador tiene prisa. Prisa por decretar que ya se aplanó la curva del coronavirus, prisa por reabrir la economía, prisa por declarar el fin de la pandemia. Poco importan la cifras o los cuadros o las conferencias nocturneras de Hugo López-Gatell o los muertos por venir. Lo suyo es la política, no la salud. Y por eso quiere que el país suspire de alivio y piense que lo peor ha pasado. Ve las encuestas y sabe que la población aprueba su manejo del tema sanitario, pero desaprueba su manejo del tema económico. Le urge anunciar que México renace, reactiva y echa a andar todo lo que se ha parado. Pero así como desestimó el impacto de la covid-19, desestima las implicaciones de regresar a la actividad económica sin un mapa de ruta. Si el gobierno no tiene un plan bien trazado y mejor ejecutado, acabará en el peor de ambos mundos: con miles de mexicanos infectados y con una reapertura económica precipitada que los produjo.
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