Andrés Manuel López Obrador tiene prisa. Prisa por decretar que ya se aplanó la curva del coronavirus, prisa por reabrir la economía, prisa por declarar el fin de la pandemia.
Poco importan la cifras o los cuadros o las conferencias nocturneras de Hugo López-Gatell o los muertos por venir. Lo suyo es la política, no la salud. Y por eso quiere que el país suspire de alivio y piense que lo peor ha pasado.
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