MÉXICO, DF (apro).- Cuando la académica mexicana Silvia Chávez Baray terminó la serie de entrevistas con refugiados mexicanos en la ciudad fronteriza de El Paso, Texas, estaba convencida de que encontraría elevadas tasas de depresión y de estrés post traumático, pues los 30 migrantes con los que platicó huyeron de situaciones de extrema violencia.
El panorama era difícil: todos tuvieron un cercano desaparecido o secuestrado y fueron testigos de asesinatos. La mitad ya había enterró a un familiar o conocido y una tercera parte fue golpeada físicamente.
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