CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Pocas conductas pueden ser más bajas que lucrar con un desastre natural, sea obteniendo un beneficio económico indebido o sometiendo a las víctimas a manipulaciones políticas con fines electorales. Es una bajeza, característica de la degradación persistente en cierto sector de la clase política mexicana, que ha quedado evidenciada con los sismos del 7 y el 19 de septiembre pasado.
Esa degradación tiene sus fuentes en las prácticas clientelares que pervierten la aspiración democrática mediante la compra del voto y el condicionamiento de programas sociales, obras públicas y beneficios de distinta índole. Y, sin embargo, es en la Ciudad de México y el Estado de México donde el PRI y el PRD han llevado esas prácticas –moralmente inaceptables legalmente ilícitas– a niveles extraordinarios.
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