CIUDAD DE MÉXICO (proceso).- Hace cinco años Vicente Leñero dejó de estar entre nosotros. Hace cinco años que me hace falta en medio de la noche que años antes de su partida se apoderó del país. Leñero era muchas cosas, pero para mí –y es por ello que tanta falta me hace– era ante todo un católico en el más profundo sentido de la palabra o, mejor, esas muchas otras cosas que hacían que la gente lo quisiera, eran expresiones de su catolicidad. Cuando lo veía, lo leía o conversaba con él, me sentía orgulloso de profesar su misma fe.
No es que tuviéramos convicciones semejantes frente al Evangelio, la Iglesia y el mundo. Discutíamos mucho, polemizábamos, nos confrontábamos, pero de esas confrontaciones yo salía lleno de cuestionamientos y reflexiones, a veces, incluso, edificado. Conversar o leer a Leñero era y sigue siendo un ejercicio de profundidad: evita que nos conformemos con lo que sabemos, nos obliga a repensar todo, a ponernos en crisis.
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