MÉXICO, D.F., 23 de junio (proceso).- La intención de voto se ha convertido en materia de disputas entre amistades y familiares. Hay quienes se niegan “””con todo derecho””” a decir por quién piensan votar, y también hay quienes declaran abierta y militantemente su voluntad, suscitando reacciones de lo más diversas. En el pequeño mundo en el que circulo, mis compañeras feministas hablan de refrendar su voto duro por el partido por el que siempre han votado: el PRD. En ese sentido, el voto duro se convierte en un signo de identidad biográfica. Otras feministas, que están sacadas de onda con la tibieza de Andrés Manuel respecto a la agenda de los derechos sexuales y reproductivos, plantean un extraño voto razonado: “Quiero que gane, para debatirle sus posturas sobre nuestros temas. Prefiero convertirme en la oposición de AMLO que de cualquiera de los otros”.
¡Bienvenida la oposición! Hacer oposición es imprescindible para la salud de la democracia. Sin un puñado de personas que se empeñen en criticar y señalar las fallas, errores y olvidos, la política perdería fuerza y quienes están en el poder no se esforzarían por rectificar las políticas equivocadas o por tomar en cuenta otras perspectivas. Sin embargo, no deja de parecerme extraño votar por un candidato esperando convertirse en oposición.
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