CIUDAD DE MÉXICO (apro).- En la ceremonia del Acuerdo para el Fortalecimiento Económico y la Protección de la Economía Familiar –un pacto cupular, para dulcificar el gasolinazo, que nació muerto– la corrupción no existió, ni siquiera como ornamento lingüístico, en los discursos de Enrique Peña Nieto y de los secretarios José Antonio Meade, Idelfonso Guajardo y Alfonso Navarrete Prida.
El dato es notable, porque ratifica –si falta hacía– que Peña carece de la sensibilidad personal y del equipo estratégico para entender que la furia popular en curso no es sólo por el desproporcionado incremento del precio de las gasolinas –que subirán otra vez en febrero–, sino porque esta decisión sólo colmó la paciencia de la sociedad por tantos abusos, impunidad y saqueos protagonizados, patrocinados y/o solapados por él como jefe de Estado.
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