CIUDAD DE MÉXICO (apro).- La “tormenta perfecta” se articuló en menos de dos semanas: a los agravios acumulados por violaciones a derechos humanos, matanzas y desapariciones forzadas como la de los estudiantes de Ayotzinapa; por la oleada de corrupción documentada de gobernadores priistas y de la alta burocracia federal (de Javier Duarte a la Casa Blanca y la Mansión de Malinalco); por los conflictos sociales derivados de la reforma educativa; por la derrota priista en siete entidades; por el incremento de la violencia del crimen organizado y sus vínculos con el Estado; por la rebelión de los generales después de la visita de Donald Trump a México el 31 de agosto de 2016; por la ausencia de crecimiento económico y beneficios de las “reformas estructurales”, se vino a sumar el gasolinazo anunciado el 27 de diciembre por el secretario de Hacienda, de la peor manera.
Negar que el abrupto incremento de 14 a 22% en las gasolinas fuera una consecuencia de la reforma energética o un “asunto fiscal” sólo vino a incendiar la pradera. Negar sin explicar la verdad del desastre de las finanzas públicas provocadas por el equipo de Luis Videgaray generó un mayor descontento.
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