CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- La primera vez que la pesista Geovanella Fararoni vio signos de violencia por parte de su entrenador Emiliano Elizardo Borrell Patridge fue una tarde, cuando se animó a decirle que ya no aguantaba el entrenamiento con muchas repeticiones y tanto peso. Le dolía el cuerpo y temía lesionarse. En un instante, Borrell dejó su estado de tranquilidad y, enardecido, le gritó que se callara o le iba “a caer a coñazos” por cuestionar su trabajo.
La deportista huyó corriendo al servicio médico del Centro de Alto Rendimiento (CAR) que administra el Instituto Poblano del Deporte (Inpode). Le informó al doctor Carlos Harris lo ocurrido. El facultativo fue a tranquilizar a Borrell. Fararoni, quien desde los 16 años llegó a esa instalación deportiva con la aspiración de ganar medallas para el estado y convertirse en seleccionada nacional, se retiró del lugar muy estresada.
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