MÉXICO, D.F., 16 de septiembre (apro).- El mundo tenebroso del poder y el dinero de los concesionarios, de los dueños de los casinos y casas de apuestas que se ha mezclado con los político no es nada nuevo en México.
En la década de los treinta, un grupo de empresarios de bares de Los Ángeles, California, creó el famoso hipódromo Agua Caliente, en Tijuana, Baja California. Las hectáreas en donde se asentó este emporio de las apuestas eran propiedad, nada más y nada menos, que del entonces gobernador de Baja California, Abelardo L. Rodríguez, quien a la postre se convertiría en presidente de México.
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