Héctor Tajonar / CIUDAD DE MÉXICO (proceso).- La visita del Papa Francisco causó decepción entre quienes esperábamos una recriminación más firme y explícita contra los responsables de que el mexicano sea “un pueblo tan oprimido, despreciado y violado en su dignidad”, tal como lo expresó él mismo con singular dureza al hacer un balance de su viaje a México, antes del Ángelus dominical en el Vaticano. Es cierto que la presión oficial para evitar que el pontífice se reuniera con los padres de los 43 desaparecidos de Iguala, o que mencionara las palabras “Ayotzinapa”, “feminicidios” o “desaparición de personas”, surtió efecto, para beneplácito del gobierno y desencanto de muchos.
No obstante, minimizar la fortaleza ética del mensaje de Francisco equivaldría a confirmar la profecía de Isaías: …Oiréis, pero no entenderéis. Detrás de la frivolidad, el oportunismo y la gritería que enmarcó su visita, los discursos y homilías del jefe de la Iglesia católica reflejan con claridad su visión humanista y ecuménica, así como el espíritu reformador de su pensamiento. Francisco optó por el diálogo, no por la confrontación; por la prudencia, no por la estridencia; su propósito no fue incitar a la rebelión, sino a la reflexión.
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