CIUDAD DE MEXICO (proceso).- La espera transcurre en algún lugar del norte de México. Es una tarde que anuncia tormenta. De pronto, como fantasma, aparece caminando, con paso relajado, un hombre de 63 años, erguido en su metro ochenta de estatura. Tiene la tez bronceada y las manos encallecidas. Bajo la gorra azul asoma el cabello corto teñido de oscuro. Muestra una dentadura perfecta y brillante y su cuerpo –delgado, correoso– delata ejercicio.
Es Rafael Caro Quintero, a quien apodan El Príncipe o El Narco de Narcos. Por su captura, el gobierno de Estados Unidos ofrece una recompensa de 5 millones de dólares. Y el de México lo acusa de haberse reincorporado al narcotráfico y desatar una guerra contra el Cártel de Sinaloa.
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